Monday, October 29, 2012

Anna is dead (I).

Solo teníamos que despedirnos. Era un mero trámite después de unos días de vacaciones juntos. Hacía un par de meses que no nos veíamos, y aunque manteníamos contacto por distintas vías (teléfono, correo electrónico, mensajes), el contacto físico crea un vínculo difícil de igualar; imposible, en realidad, para la mayoría de las personas.

“Hasta luego, nos vemos en Navidad”, dijo una. “Ale, que en menos de dos meses ya vas por allá. Besitos”, añadió otra. “Bueno, pues que vaya todo bien”, dijo otra.

“Sí, las vacaciones de Navidad están ahí, a la vuelta de la esquina”, dijo Anna. No sonó nada convincente, y sus labios se tensaron, dando la sensación de estar apretando los dientes. Sus labios se tensaron, dando la sensación de estar ocultando algo, dejando claro que lo que oíamos y lo que veíamos no podía concordar. Nos intercambiamos besos y abrazos de despedida.

Me di la vuelta y empecé a caminar, con mi trolley, intentando zanjar de raíz lo que parecía que iba a convertirse en algo doloroso. Anna y Joseph debían caminar hacia un lado de Old Compton, el resto debíamos caminar en sentido contrario. Di un par de pasos mientras escuchaba los últimos hastaluegos y buenviajes. Como me pareció que no me seguían dejé de caminar, me volví y la vi llorando.

La observé menos de dos segundos, noté como mis ojos se vidriaban, y me obligué a no dejar escapar ni una sola lágrima. Me di la vuelta y seguí caminando. Esta vez sí, el resto me siguieron. Supongo que vieron que no tenía sentido alargar más aquella despedida y decidieron ponerle fin.

Caminamos durante media hora hasta llegar al autobús, todos en silencio, cada uno con su equipaje. Podía escuchar el pensamiento de cada una de ellas, pero eso no me distraía. El semblante triste de Anna, sus lágrimas empezando a caer por su cara, y la tristeza que transmitía aquella mirada perdida volvían una y otra vez a mi mente.

Pasaron varias horas hasta que me quedé solo por primera vez, después de varios días en Londres, reunido con la familia. Pocas veces coincidíamos todos, así que un viaje familiar para visitar a Anna era una buena excusa.

Cuatro días en familia unen mucho. A pesar de lo complicado que es viajar en grupo, las ganas de disfrutar de la familia hacen que minores los inconvenientes.

Ahora estaba sólo, conduciendo hacia casa, cerca ya de la una de la mañana, cansado después de varias horas de viaje entre autobús y avión. La tristeza de Anna se me apareció una vez más, y fue entonces, en la soledad de la autopista cuando pude dejar volar mi imaginación, y mis recuerdos fluyeron por sí solos.

Anna is dead (II).

Mis primeros pensamientos los dediqué a la conveniencia de haber hecho aquel viaje. Me había sentido bastante escéptico al principio, cuando mis hermanas decidieron organizar aquella excursión familiar. No tenía claro cuál iba a ser el resultado de aquella estresante experiencia. Ganas de ver a la familia junta por una parte, miedo de tanta intimidad durante interminables jornadas de turisteo por otra.

Recordé la excitación de la organización del viaje. Buscar vuelos, coordinar los horarios y las vacaciones de todos. Buscar un hotel o un apartamento en el que quedarse. Y finalmente organizar la ruta. Un poco de Big Ben, algo de London Bridge, y mucho de Harrods y de Portobello.

Y como no, alguna pinta, un vino en Covent Garden, comidas y cenas apetecibles, y algo de vida nocturna. Todo fue bien. Todo fue bien hasta el último momento, hasta la hora de despedirse.

Anna nació cuando yo tenía 14 años. Estudiante de secundaria, más preocupado por destacar en la pandilla que por fomentar los lazos familiares, tuve una relación más bien distante con ella. Es esa época de la vida en que por fin tienes la sensación de que empiezas a ser adulto. Al principio es como si después de 14 años alguien se hubiese dejado la puerta del mundo abierta y te sientes tentado a salir para ver que hay fuera, pero sólo, sin la supervisión de nadie.

Poco a poco te asomas al mundo exterior y empiezas a sentirte confiado, a pisar con más seguridad, y es cuando solemos cometer el error de pensar que no necesitamos a nadie, que el mundo está a nuestros pies.

Podría decir que los primeros años de Anna pasaron inadvertidos en mi vida. Para cuando ella tuvo 4 años, yo empezaba en la Universidad.

Los dieciocho, el paso de un entorno en el que estaba cómodo, el Instituto, a uno en el que aparte de ser dueño de mis actos, pasaba también a ser responsable de ellos. Me produjo cierto temor al principio, especialmente porque vivía fuera de casa cinco días a la semana, teniendo que organizarme con la ropa, con la comida, con la limpieza…

Prácticamente dejé de ver a Anna. Los días de entresemana fuera de casa, y los fines de semana de fiesta por las noches y durmiendo buena parte del día, empecé a ser un extranjero en mi hogar.

Después empecé a trabajar. Aún no había acabado la carrera, con lo que los fines de semana eran para la fiesta, para dormir, para estudiar y para descansar.

Para entonces ya casi no pisaba el hogar familiar, así que Anna seguía creciendo lejos de mi vista. Cuando acabé la carrera ya tenía 11 años. No me daba cuenta de cómo cambiaban las cosas en mi familia, centrado únicamente en mi vida.

Anna acabó primaria, y secundaria, y empezó su carrera en la Universidad, lejos de su hogar. Empezamos a vernos exclusivamente en eventos familiares, Navidad, cumpleaños, carnavales, algún fin de semana de verano.

Y después se fue de España, a terminar la carrera. Y luego volvió, y se fue de Galicia, a trabajar. Y luego volvió, y se fue a Londres, a trabajar.

Un niño, con sus instintos primarios y su visión sencilla y reducida de la vida crece y se convierte en otra persona. La forma en la que nos adaptamos a una nueva percepción del mundo es la forma en la que nace un adulto.

Es claro. De todas las personas que hemos conocido desde que eran pequeñas guardamos dos recuerdos. Primero el que tenemos en el día a día con todo aquello que sabemos de esa persona adulta. Y después el recuerdo formado por todo que aún no hemos olvidado de cuando era un niño.

Cuando nace un adulto se muere un niño.

El día que vi a Anna llorar con aquella tristeza de adulto me di cuenta de que hasta entonces aún no la había visto morir. Y fue entonces cuando me di cuenta de que sólo tenía un recuerdo en mi cabeza acerca de Anna.

Es como si la Anna-adulta fuese una compañera de trabajo, sin pasado, sin niñez. Es como si la Anna-niña hubiese nacido muerta.

Friday, May 4, 2012

Guilty

Hace frío, no parecía que el día hubiese refrescado tanto. Por la mañana se estaba bien en la calle, pero ahora hace demasiado fresco, por lo menos aquí en la terraza. Después de llevar toda la tarde sentado en el salón mirando a través de la cristalera del balcón, pensando, por fin me he decidido a salir.

No recuerdo muy bien porque tenía que salir de Madrid, pero por la razón que fuese tuve que coger el coche para ir al pueblo. No sé, quizá había quedado con alguien, o iba a buscar algo a casa de un amigo. No lo recuerdo. Era un día muy malo, un domingo de invierno, de un invierno muy frío, en el que casi no había gente en la calle.

La ciudad parece tranquila, con sus luces, y su poco ruido. Nada que ver con un día laborable. A pesar del frío se está bien aquí en esta silla de teca, te puedes sentar sin sentir que el frío te cala todo el cuerpo.

Sí, lo recuerdo con claridad. El coche no arrancaba, tuve que insistir hasta que noté que me iba a quedar sin batería, por el ruido como de agotamiento que hacía el motor de arranque. Entonces decidí, aprovechando que estaba en cuesta, dejarme caer e intentar arrancarlo en segunda. Fue como un primer aviso.

Nunca había observado la ciudad de esta forma, sentado sin pensar en nada. Hoy no estoy relajándome después de una larga jornada de trabajo. Hoy no estoy mirando al vacío para reflexionar sobre mi estado mental. Ni estoy disfrutando de las vistas o de una cálida noche veraniega.

Saqué el freno de mano, giré un poco el volante para incorporarme al carril de bajada y esperé a coger un poco de velocidad antes de intentar arrancar el coche. Con la marcha en punto muerto, el coche fue acelerando poco a poco. Pisé el embrague, metí segunda y esperé unos segundos más antes de intentar arrancar.

Hoy estoy aquí para poner fin a toda esta mierda de la que no he podido salir después de dos años eternos. Hoy por fin he llegado a una conclusión coherente sobre mi vida: no necesita prolongarse más.

Al soltar el embrague el coche comenzó a dar tirones antes de que consiguiese arrancar. La cartera y el móvil, que había dejado en el asiento del acompañante, se cayeron. Un impulso me empujó a estirarme un poco, alargar el brazo y recogerlos con un movimiento rápido en menos de medio segundo.

Saltaré y en un instante aterrizaré contra ese suelo salvador. Adiós a las noches en vela, a la conciencia irreconciliable, a las miradas tristes, al sufrimiento, a la vergüenza.

Cuando me reincorporé al volante y miré nuevamente hacia delante, solo pude ver la cara de sorpresa que se le había quedado a aquel niño. Ni siquiera tuvo miedo. No era consciente de que aquel era su fin. La inocencia siempre hace que no seas capaz de ver la parte negativa de la vida.

Dos inútiles años de psicólogo, condenado a pasar el resto de mi vida aislado, incapaz de comunicarme con la gente, encerrado en mí mismo de por vida. Adiós. No quiero vivir si lo único que tengo no es vida.

Sí, lo recuerdo con toda claridad. Aquel niño, ¿qué estaría haciendo hoy? ¿Se pasaría toda la tarde aquí sentado en el sofá del salón? Quizá él también decidiese salir a la terraza para suicidarse.

Tuesday, April 17, 2012

Selected psychologist files. Sample 2 (I).

Paciente número 2.413, Pablo Morán


Sesión 1 (Grabación 9.237, 16 de Septiembre)


(Le tomo los datos y le pregunto por su estado de ánimo)


“Estoy triste, muy triste, y lo peor de todo es que me ocurre hace ya demasiado tiempo. Recuerdo que estábamos sentados, en el paseo marítimo, en primavera, mirando al mar. Una leve brisa refrescaba el ambiente de un atardecer completamente despejado, por suerte, porque estábamos a más de veinticinco grados, y a esas alturas del año es demasiado calor, y en el caso de nuestra ciudad es demasiada humedad.”

“Recuerdo que llevábamos más de media hora callados, mirando al mar desde aquel banco de piedra. Y recuerdo que cada minuto que pasaba ella se alejaba más de mí. Recuerdo que no me salían las palabras. No es que no fuese capaz de decirlas, es que no encontraba ninguna que decir, así que, para romper el hielo, a la vez que pasaba un ciclista con un maillot rosa sobre una bicicleta de color azul metalizado delante de nuestra mirada, puse mi mano sobre la suya. ¡Dios mío! ¡Me quise morir!”

“Fue una reacción instantánea. Retiró su mano, se levantó y se fue caminando sin tan siquiera mirarme, sin dirigirme una mísera palabra, ignorándome. Ignorando mi estado de ánimo. Obviando que en los últimas semanas había llorado por todas las esquinas. Anulando 15 años de matrimonio en el que, creo yo, habíamos sido muy felices.”

(Se queda callado durante dos minutos, parece estar mentalmente agotado, así que me mantengo en silencio.)

“No puedo entenderlo. Recuerdo aquel momento mejor que cualquier cosa que haya hecho esta mañana. Lo rememoro todos los días, algunos días incluso más de una vez, y no lo hago a propósito. No soy capaz de superarlo, nunca podré borrarlo de mi mente y empezar de nuevo. Cada vez que me empeño en olvidarlo solo consigo recordar más detalles y hacer más real uno de los peores momentos de mi vida.”

“Desde el día que Marián me dejó solo he conseguido mantenerme en un continuo estado de desesperación. No me he sumido en una profunda depresión, no, pero tampoco he mejorado lo más mínimo mi estado de ánimo desde entonces. En realidad me siento permanentemente igual que aquel día en el que me dejó, en aquel banco del paseo marítimo que odio y miro de reojo cada vez que paso por allí. A veces, cuando paseo por allí, tengo incluso la sensación de vernos allí sentados en silencio, y me pongo muy nervioso. Y doy la vuelta. Otras veces evito el paseo marítimo y voy a pasear a cualquier otro sitio.”


Sesión 2 (Grabación 9.270, 29 de septiembre)

“Es como si el destino quisiese regodearse en tu sufrimiento. No le basta con que lo pases mal, quiere que el dolor sea máximo, que tardes mucho en recuperarte. ¿Y cómo lo consigue? Muy fácil, basta con que creas que has arreglado un problema para después mostrarte uno mayor.”

“A mi padre le dio un infarto. Nos pilló a todos de sorpresa. Estaba sano, no era muy mayor, no había precedentes familiares… El susto fue supremo, y la familia se unió en torno a papá. La alegría del problema superado nos produjo una felicidad inmensa. La justa para que muriese de un segundo infarto solamente tres días después del primero. Fue una caída al vacío. Todavía recuerdo los detalles de aquella mañana de lunes, cuando recibí una extraña llamada de un amigo de mi padre, al que yo conocía de vista. Esto debió hacerme sospechar, pero la euforia del problema superado días antes todavía me duraba, y no me dejó ver la realidad. ‘Tu madre prefiere que vengas a casa, por si acaso’, me dijo. Luego supe que mi padre ya estaba muerto. Pero antes, cuatro horas de conducción, un atasco que me retrasó 25 minutos, una multa de radar que recibí días después. Paré a llenar el depósito a sólo 20 minutos de casa de mis padres. Sólo en ese momento, cuando el dependiente me preguntó si necesitaba algo más antes de cobrarme 54 euros que pagué con mi tarjeta Visa, pensé en responderle ‘tranquilidad es lo que necesito’. Solo en ese momento me di cuenta de lo que estaba haciendo sin saberlo: conducir para asistir al entierro de mi padre.”

“Fue una mala época que tuve que vivir. No estábamos muy unidos, ni nos veíamos frecuentemente, pero mi padre siempre había sido mi referente familiar. Mi relación con mi madre o con mis hermanos siempre fue secundaria. Supongo que como primogénito, no encuentras más referente que tu padre, el caso del resto de hermanos es distinto.”

“En los días siguientes lamenté profundamente el tiempo que pasé lejos de él. Sí, es una estupidez humana acordarse de Santa Bárbara cuando truena, pero es inevitable. He recordado muchas veces aquellos días del verano del 83, cuando un martes por la tarde nos enfadamos por una discusión estúpida sobre si yo, como hijo, debía hacer todo lo que me ordenasen mis padres o si por el contrario disponía de cierto grado de libertad dentro de la familia. Esto es lo que subyacía, pero en realidad nos enfadamos porque me pidió que le lavase el coche y yo tenía otros planes. Lo que vino después fue el resultado lógico del enfrentamiento de dos personas con el mismo carácter. Ninguno dimos nuestro brazo a torcer. Estuvimos cerca de dos semanas sin dirigirnos la palabra. La situación se tensó, y el problema se disolvió sin hablarlo, sin aclarar nada. Dos semanas desperdiciadas. Lo que hubiese dado por dos semanas con mi padre.”

“Cuando llegué a casa de mis padres, llamé a la puerta, me abrió un vecino. Quedé noqueado. ‘¿Dónde está mi padre?’ Nadie me respondió. No fue necesario. Entré. La casa estaba llena de gente, tíos, primos, conocidos, compañeros de trabajo. Yo era el único que no sabía nada. Recuerdo que después de aparcar, y cuando me estaba acercando a casa de mis padres, la duda me asaltó de nuevo, y volví a pensar en la muerte de mi padre. Pensé que la señal definitiva sería encontrar en la entrada de casa una mesita donde la gente firma un librillo y deja tarjetas con sus condolencias. Al llegar vi que no había nada de eso, y respiré tranquilo de nuevo.”

“También recuerdo que no fui capaz de llorar el día del entierro. Creo que aún lo necesito.”

Selected psychologist files. Sample 2 (II).

Sesión 3 (Grabación 9.322, 17 de octubre)

“No soy consciente de la edad sobre la que tengo mis primeros recuerdos. Para mí la infancia es una nebulosa con pinceladas de recuerdos, de pequeños detalles y de imágenes borrosas, que, hasta es posible que yo haya creado con el paso del tiempo y que no existiesen originalmente o no fuesen como yo creo recordarlas.”

“El recuerdo sobre el que tengo la sensación de ser el más antiguo es el de la papilla. Para cenar, mi madre siempre me preparaba leche con Cola-Cao que luego espesaba a base de galletas trituradas, que ella misma rompía a mano y pisaba con un tenedor. Después de prepararlo todo, lo ponía en un plato sopero y me lo daba con una cuchara. Así todas las noches, o eso creo, hasta que un día decidió que ya era hora de simplificar un poco aquel proceso y servir la leche con Cola-Cao en una taza, y que yo me la sirviese.”

“Recuerdo que pensé que mi madre no me quería. Recuerdo que pase varios días cenando a disgusto. Al final se me pasó, pero fue mi primera experiencia con el desamor. Fue la primera vez que sentí que alguien a quien yo adoraba había dejado de quererme. Sentí que pasaba a un segundo plano en su vida.”

“No sé, es como el día que me enfadé con mi padre, el enfado me duró unos días y luego desapareció. Yo creo que son como heridas que quedan mal cicatrizadas, si mi madre me lo hubiera explicado a lo mejor no le hubiese guardado rencor los días siguientes. Además, ¿qué nos queda en la memoria, entre los recuerdos, de todo lo que hemos vivido? ¿Y si mi estado de ánimo en un momento dado está marcado por un recuerdo antiguo al que yo no doy importancia? Y lo que es peor, ¿y si mi estado de ánimo está marcado por recuerdos de los que yo no soy consciente de tener?”


Sesión 4 (grabación 9.378, 21 de noviembre)

“¿Sabe? Creo que ya sé lo que me pasa. ¿Sabe usted a qué me dedico? Creo que se lo conté en la primera sesión, cuando me hizo la ficha. Soy analista de procesos desde hace más de 20 años, en la misma empresa en que empecé. No soy insustituible, ya sabe, los imprescindibles están todos en el cementerio, pero sí es cierto que sería muy difícil que los procesos de elaboración de la empresa no se resintiesen si yo me voy de la compañía, y ¿sabe por qué? Pues muy sencillo, porque me paso el día revisando cada una de las naves, cada una de las máquinas, revisando la materia prima, observando a cada uno de los operarios, tomando todo tipo de notas para optimizar los procesos, y, sobre todo corrigiendo errores. Soy un gran valor para la empresa, sí, pero eso no es relevante. Lo que es verdaderamente importante es que voy guardando en mi memoria cada uno de los errores que encuentro, cada uno de los cambios que introduzco para optimizar los procesos. Esto es importantísimo, pues no podemos permitir que un error se repita, y si eso ocurre debemos corregirlo en el menor tiempo posible, no podemos permitirnos el lujo de inventar la rueda de cada vez. ¿Me entiende?”


(Pablo Morán, el paciente núm. 2.413, ha dejado la terapia. Según él, su problema es su exceso de memoria, y acudir al psicólogo a contarle sus inquietudes y preocupaciones no hace más que refrescar los malos recuerdos en su cabeza, y lo que él necesita es todo lo contrario, necesita olvidarse, necesita borrarlos.)

Tuesday, March 20, 2012

Parallel lifes. Sample 2 (I)

En pleno invierno del año 1023, a dos días de la Navidad, don Nuno Jopia, el sobrino favorito de Paulo Curvelo, volvía a casa después de una larga campaña de batallas y conquistas cerca de la frontera de su condado, Bragança, con el condado de Lima.

Nuno era un regidor poco o nada belicoso, debido en gran parte a la educación abierta que de joven recibió de su tío Paulo, pero los inicios del siglo XI estaban siendo muy complicados en el reino de Galicia, y, para las tierras más alejadas de Coimbra, la capital del reino, conseguir mantener las fronteras en su sitio era una labor complicada.

Hacía más de dos días que había iniciado la vuelta a casa, y no había parado de cabalgar en dirección al corazón de su reino, a lo largo de montes y valles prácticamente deshabitados de la zona interior de Galicia.

Desde la almena los guardas reconocieron a su amo con sus acompañantes, y se apresuraron a abrir las enormes y fortificadas puertas del castillo. Don Nuno no dejó de galopar hasta alcanzar el centro del castillo. Bajó del caballo y voz en grito convocó a sus consejeros en “la Condal”.

Unos minutos para comer algo, beber un poco y, con el mismo aspecto con el que acababa de llegar de un viaje de dos días se presentó en su particular sala de reuniones del castillo, la Sala Condal.

Sus ocho consejeros aguardaban sentados en la sala, en silencio, expectantes. Hacía bastantes semanas que no veían a su Señor, y ahora estaban intrigados con el estado de las conquistas y las nuevas que les pudiera traer.

—Buenas noches. Caballeros… ¡El norte es nuestro! Tres semanas y media de batallas y por fin los límites de Bragança se han extendido hasta el mar.

Bebió un poco de vino mientras sus consejeros se felicitaban por las hazañas de su Señor.

—Desde que yo soy Conde De Bragança, aquel pequeño pueblo de Galicia, Bragança no ha dejado de crecer. Mis tierras, nuestras tierras, crecen día a día. Solo nos falta una cosa: gente para trabajarlas. Bragança es grande, nuestras riquezas se acumulan por todas las esquinas del castillo, pero no podemos crecer sin tierras. No podemos ser más ricos si no tenemos campesinos que las trabajen. No podemos ser más ricos si no encontramos quien pague los impuestos. La verdad es que a veces me resulta difícil entender cómo hacemos para conseguir que estos gañanes nos trabajen las tierras y además nos den todos sus frutos.

Grandes carcajadas entre los caballeros.

—Señores, mañana me voy de nuevo al amanecer. Lisboa debe caer.

Parallel lifes. Sample 2 (II)

El día de Nochebuena de 2.023 era un día anormalmente cálido. A diferencia de otros años no nevaba, ni se esperaba que nevase en los días siguientes. Ezequiel Anderton se dirigía en su coche de empresa, con su chófer de empresa, hacia las oficinas principales de Anderco, su imperio, el de su padre en realidad.

Samuel, había empezado en el negocio en los años 60 con una pequeña casa de empeños a las afueras de su ciudad natal. Y en el año 2.003, solo 40 años después, había llegado a construir una red de empresas valorada en miles de millones de euros. Muchas veces fue preguntado por el secreto de su éxito, y la respuesta siempre había sido la misma: imaginación, intuición y trabajo duro.

Ezequiel se lo encontró todo hecho, pero no por ello se dedicó a vivir una vida feliz sin preocupaciones y llena de excesos.

Su chófer lo dejó en la entrada del Samuel Business Center, el corazón de Anderco. Subió a su despacho en la planta 52, en su ascensor privado. Allí, en una enorme sala anexa a su lugar de trabajo, los 10 consejeros de mayor rango en la empresa le esperaban para tomar la decisión más importante de los últimos años. Samuel lo tenía claro, así que no esperó a que le preguntasen.

—Señores, desde que yo me hice cargo de Andreco no hemos parado de crecer. A día de hoy el número de compañías que forma nuestro conglomerado empresarial supera las 120.000, es decir, somos los dueños de más del 80% de las empresas del país, y eso representa además el 100 por cien de los negocios franquiciados permitidos legalmente. Nadie, como ustedes saben, puede hacer negocios en nuestro país sin nuestro consentimiento. Somos los dueños de las vidas del 92.7% de los trabajadores de este país, y, por tanto, la práctica totalidad de las familias viven bajo nuestro seno. Pagamos a nuestros empleados para que se gasten el dinero en nuestras empresas. El control que tenemos sobre el nivel de vida del país es devastador. Cualquier pequeño ajuste que propaguemos desde la matriz de Anderco hacía abajo en nuestra jerarquía empresarial logrará que sumamos al país en la más profunda de las crisis o en una época de bonanza nunca antes soñada. Y esto es algo que depende de nuestras necesidades de autofinanciación, y de nuestras decisiones. Caballeros, a veces hasta a mi mismo me resulta difícil de entender y de creer. Somos los dueños de sus vidas, creen que trabajan para ganarse la vida y alimentar a sus familias, pero en realidad lo único que hacen es nacer, crecer y morir dentro de nuestros dominios, generando una riqueza que convierte a Anderco en la dueña del destino de este país y sus gentes, y a mí en su Dios.

Los consejeros, aunque sabían de la grandilocuencia del presidente y dueño de la empresa siempre se asombraban cada vez que decidía impresionarlos con algún discurso pre decisorio. Ezequiel continuó después de una pequeña pausa.

—Este gobierno que hemos puesto hace sólo 3 años cree que está aquí para gobernar. Parece que no le han explicado a ese imbécil de Pablo Vaquero que forma parte del sistema, de mi sistema, que vive para trabajar para nuestro imperio… Nadie mientras yo sea Andreco aprueba ninguna Ley de Comercio Libre ni nada sin mi permiso en este país.

Se quedó callado después de alzar la voz y conseguir poner al consejo en tensión, al ver que se acercaba el momento de la decisión.

—Señores, el martes que viene el señor Vaquero tendrá un accidente aéreo que será el origen de las próximas elecciones. Ya les informaré del nombre del nuevo presidente.

Friday, March 9, 2012

Te eché de menos

La noche es una estrella en tu cucharilla cuando sientes que te necesito, cada vez que me observas queriéndote o echándote de menos.

La noche, mi oscuridad mental cuando no consigo entenderte, cuando caminamos en distintas direcciones.

Lo he pensado muchas veces mientras estuvimos juntos, y muchas más desde que he empezado a ser feliz, sin ti.

Siento no haber conseguido llegar a más, te quise hasta que me di cuenta de que no representaba nada en tu vida, hasta el momento en que mis ojos vieron la realidad. Ahora sé que nunca me necesitaste.

[Relatos en cadena 15Sep11]