Paciente número 2.413, Pablo Morán
Sesión 1 (Grabación 9.237, 16 de Septiembre)
(Le tomo los datos y le pregunto por su estado de ánimo)
“Estoy triste, muy triste, y lo peor de todo es que me ocurre hace ya demasiado tiempo. Recuerdo que estábamos sentados, en el paseo marítimo, en primavera, mirando al mar. Una leve brisa refrescaba el ambiente de un atardecer completamente despejado, por suerte, porque estábamos a más de veinticinco grados, y a esas alturas del año es demasiado calor, y en el caso de nuestra ciudad es demasiada humedad.”
“Recuerdo que llevábamos más de media hora callados, mirando al mar desde aquel banco de piedra. Y recuerdo que cada minuto que pasaba ella se alejaba más de mí. Recuerdo que no me salían las palabras. No es que no fuese capaz de decirlas, es que no encontraba ninguna que decir, así que, para romper el hielo, a la vez que pasaba un ciclista con un maillot rosa sobre una bicicleta de color azul metalizado delante de nuestra mirada, puse mi mano sobre la suya. ¡Dios mío! ¡Me quise morir!”
“Fue una reacción instantánea. Retiró su mano, se levantó y se fue caminando sin tan siquiera mirarme, sin dirigirme una mísera palabra, ignorándome. Ignorando mi estado de ánimo. Obviando que en los últimas semanas había llorado por todas las esquinas. Anulando 15 años de matrimonio en el que, creo yo, habíamos sido muy felices.”
(Se queda callado durante dos minutos, parece estar mentalmente agotado, así que me mantengo en silencio.)
“No puedo entenderlo. Recuerdo aquel momento mejor que cualquier cosa que haya hecho esta mañana. Lo rememoro todos los días, algunos días incluso más de una vez, y no lo hago a propósito. No soy capaz de superarlo, nunca podré borrarlo de mi mente y empezar de nuevo. Cada vez que me empeño en olvidarlo solo consigo recordar más detalles y hacer más real uno de los peores momentos de mi vida.”
“Desde el día que Marián me dejó solo he conseguido mantenerme en un continuo estado de desesperación. No me he sumido en una profunda depresión, no, pero tampoco he mejorado lo más mínimo mi estado de ánimo desde entonces. En realidad me siento permanentemente igual que aquel día en el que me dejó, en aquel banco del paseo marítimo que odio y miro de reojo cada vez que paso por allí. A veces, cuando paseo por allí, tengo incluso la sensación de vernos allí sentados en silencio, y me pongo muy nervioso. Y doy la vuelta. Otras veces evito el paseo marítimo y voy a pasear a cualquier otro sitio.”
Sesión 2 (Grabación 9.270, 29 de septiembre)
“Es como si el destino quisiese regodearse en tu sufrimiento. No le basta con que lo pases mal, quiere que el dolor sea máximo, que tardes mucho en recuperarte. ¿Y cómo lo consigue? Muy fácil, basta con que creas que has arreglado un problema para después mostrarte uno mayor.”
“A mi padre le dio un infarto. Nos pilló a todos de sorpresa. Estaba sano, no era muy mayor, no había precedentes familiares… El susto fue supremo, y la familia se unió en torno a papá. La alegría del problema superado nos produjo una felicidad inmensa. La justa para que muriese de un segundo infarto solamente tres días después del primero. Fue una caída al vacío. Todavía recuerdo los detalles de aquella mañana de lunes, cuando recibí una extraña llamada de un amigo de mi padre, al que yo conocía de vista. Esto debió hacerme sospechar, pero la euforia del problema superado días antes todavía me duraba, y no me dejó ver la realidad. ‘Tu madre prefiere que vengas a casa, por si acaso’, me dijo. Luego supe que mi padre ya estaba muerto. Pero antes, cuatro horas de conducción, un atasco que me retrasó 25 minutos, una multa de radar que recibí días después. Paré a llenar el depósito a sólo 20 minutos de casa de mis padres. Sólo en ese momento, cuando el dependiente me preguntó si necesitaba algo más antes de cobrarme 54 euros que pagué con mi tarjeta Visa, pensé en responderle ‘tranquilidad es lo que necesito’. Solo en ese momento me di cuenta de lo que estaba haciendo sin saberlo: conducir para asistir al entierro de mi padre.”
“Fue una mala época que tuve que vivir. No estábamos muy unidos, ni nos veíamos frecuentemente, pero mi padre siempre había sido mi referente familiar. Mi relación con mi madre o con mis hermanos siempre fue secundaria. Supongo que como primogénito, no encuentras más referente que tu padre, el caso del resto de hermanos es distinto.”
“En los días siguientes lamenté profundamente el tiempo que pasé lejos de él. Sí, es una estupidez humana acordarse de Santa Bárbara cuando truena, pero es inevitable. He recordado muchas veces aquellos días del verano del 83, cuando un martes por la tarde nos enfadamos por una discusión estúpida sobre si yo, como hijo, debía hacer todo lo que me ordenasen mis padres o si por el contrario disponía de cierto grado de libertad dentro de la familia. Esto es lo que subyacía, pero en realidad nos enfadamos porque me pidió que le lavase el coche y yo tenía otros planes. Lo que vino después fue el resultado lógico del enfrentamiento de dos personas con el mismo carácter. Ninguno dimos nuestro brazo a torcer. Estuvimos cerca de dos semanas sin dirigirnos la palabra. La situación se tensó, y el problema se disolvió sin hablarlo, sin aclarar nada. Dos semanas desperdiciadas. Lo que hubiese dado por dos semanas con mi padre.”
“Cuando llegué a casa de mis padres, llamé a la puerta, me abrió un vecino. Quedé noqueado. ‘¿Dónde está mi padre?’ Nadie me respondió. No fue necesario. Entré. La casa estaba llena de gente, tíos, primos, conocidos, compañeros de trabajo. Yo era el único que no sabía nada. Recuerdo que después de aparcar, y cuando me estaba acercando a casa de mis padres, la duda me asaltó de nuevo, y volví a pensar en la muerte de mi padre. Pensé que la señal definitiva sería encontrar en la entrada de casa una mesita donde la gente firma un librillo y deja tarjetas con sus condolencias. Al llegar vi que no había nada de eso, y respiré tranquilo de nuevo.”
“También recuerdo que no fui capaz de llorar el día del entierro. Creo que aún lo necesito.”
No comments:
Post a Comment