Dejó el abrigo en el perchero de la entrada, se frotó las manos y entró en
el salón. Se sintió reconfortado al darse cuenta de lo agradable que era la
temperatura en casa de Laura. Luego se acomodó en el sofá frente a ella, que
escuchaba música con los cascos, y esperó a que la música cesase, no quería
asustarla.
El apartamento estaba completamente en silencio, así que se oía
perfectamente la música que sonaba a través de los cascos. Cuando Headlights
finalizó, y antes de que entrase el siguiente tema, Daniel habló.
—Hola, ya estoy aquí. ¿Qué tal estás?
Daniel estaba a unos pocos centímetros de Laura, por lo que ésta lo escuchó
perfectamente a pesar de los cascos.
—¡Hola! ¡Qué alegría! —respondió Laura quitándose los cascos—. Tenía ganas
de verte. ¿Cuándo fue la última vez que viniste?
«No lo sé, Laura, prefiero no recordarlo, pero te
aseguro que se me ha hecho una eternidad».
—Pues la semana pasada, creo que el miércoles. ¿Qué tal has estado?
—Bien, bien, por aquí con mis cosas. ¿Y tú que tal te encuentras? ¿Tienes
buen aspecto?
«La verdad es que últimamente estoy bastante fastidiado
con mis cosas».
—Bueno, voy tirando. Ya sabes, mucho trabajo por las mañanas, visitas por
las tardes, ayudar aquí y allá…
—Pero cuéntame, ¿qué has estado haciendo estos días? ¿Has conocido a
alguien? ¿Algún cliente nuevo…? ¿Alguna clienta quizá…?
Después de todas las conversaciones que habían tenido desde que se
conocieron, Laura sabía de sobra cuál era la situación sentimental de Daniel.
Él nunca se lo había dicho, pero se sentía muy solo, buscaba desesperadamente
una pareja, alguien con quien compartir, alguien a quien querer.
Nunca hablaban de temas personales, como mucho hablaban sobre el estado de
ánimo de cada uno o de cómo les afectaba tal o cual noticia. Aunque sus objetivos
vitales o sus necesidades no eran asuntos de los que hablaban, la capacidad de Laura
para captar los matices en la voz Daniel le permitía entenderlo a la
perfección. La claridad con la que era capaz de interpretar las frases dichas
de una manera o de otra diferente, entender las cosas que decía, captar las que
dejaba entrever o imaginar las que guardaba para sí, le permitía construirse una
completa foto mental de Daniel, seguramente mucho más próxima a la realidad que
la foto mental que tenía de cómo era Daniel físicamente.
—Pues de momento sigo igual. Mismas visitas, mismos clientes… —respondió
Daniel con cierta desidia.
«Ojalá las cosas fueran diferentes, ojalá tuviera
el valor de hablar, ojalá tu fueras mi única clienta, ojalá cuidase de ti veinticuatro
horas al día».
—Bueno, está bien —dijo Laura en tono condescendiente—, parece que hoy no
tienes muchas ganas de charla. ¡Menudo compañero que me he buscado!
—No, no es eso, quizá me encuentro demasiado cansado. Demasiado trabajo,
creo…
—¿Y no serán demasiadas preocupaciones?
«No sigas, por favor, hoy no».
Laura notaba que Daniel estaba diferente. Sus frases escuetas y vagas y su
más que aparente ausencia mental le hacían pensar que su cabeza estaba ocupada
con alguna preocupación nueva o con alguna que pudiera haber renacido. En
cualquier caso, y cumpliendo su acuerdo tácito de no hablar de temas personales,
trató de sonsacarlo sin que se diese cuenta.
—¿Quieres ir a otro sitio? ¿A la terraza quizá? —dijo Daniel dejando la
pregunta de Laura en el aire después de un silencio algo incómodo.
—No, aquí estoy bien, noto el sol que entra a través de la ventana y me
resulta muy agradable.
«Sí, esa luz te hace muy hermosa. Mejor nos
quedamos aquí».
Se quedaron callados de nuevo, ninguno sabía muy bien que decir o qué hacer.
Después de semanas de charlas y paseos, por algún extraño motivo, ambos se
sentían incómodos ahora, distantes. Laura, más aplomada que Daniel, trataba de
reconducir la situación.
—Podemos leer un poco, ¿qué te parece? ¿Estás muy cansado? Me encanta ese
libro que empezamos la semana pasada.
«Lo siento Laura, creo que no puedo seguir con
esto».
—Vale, voy a por él.
Daniel se levantó y fue a la habitación de Laura a por el libro. Cuando
volvió al salón vio a Laura levantar la cabeza y moverla hacia los lados, como
queriendo captar cada uno de los rayos de sol que entraban por el ventanal del
salón. Se quedó paralizado observándola, viendo aquellos sensuales movimientos,
viendo cómo la luz del sol se reflejaba y casi atravesaba sus finos cabellos.
En cuanto volvió en sí se dio cuenta de que la decisión que había tomado era la
correcta, y no podía seguir con aquello.