Friday, February 21, 2020

Parallel lifes. Sample 3 (I)


Dejó el abrigo en el perchero de la entrada, se frotó las manos y entró en el salón. Se sintió reconfortado al darse cuenta de lo agradable que era la temperatura en casa de Laura. Luego se acomodó en el sofá frente a ella, que escuchaba música con los cascos, y esperó a que la música cesase, no quería asustarla.

El apartamento estaba completamente en silencio, así que se oía perfectamente la música que sonaba a través de los cascos. Cuando Headlights finalizó, y antes de que entrase el siguiente tema, Daniel habló.

—Hola, ya estoy aquí. ¿Qué tal estás?

Daniel estaba a unos pocos centímetros de Laura, por lo que ésta lo escuchó perfectamente a pesar de los cascos.

—¡Hola! ¡Qué alegría! —respondió Laura quitándose los cascos—. Tenía ganas de verte. ¿Cuándo fue la última vez que viniste?

«No lo sé, Laura, prefiero no recordarlo, pero te aseguro que se me ha hecho una eternidad».

—Pues la semana pasada, creo que el miércoles. ¿Qué tal has estado?

—Bien, bien, por aquí con mis cosas. ¿Y tú que tal te encuentras? ¿Tienes buen aspecto?

«La verdad es que últimamente estoy bastante fastidiado con mis cosas».

—Bueno, voy tirando. Ya sabes, mucho trabajo por las mañanas, visitas por las tardes, ayudar aquí y allá…

—Pero cuéntame, ¿qué has estado haciendo estos días? ¿Has conocido a alguien? ¿Algún cliente nuevo…? ¿Alguna clienta quizá…?

Después de todas las conversaciones que habían tenido desde que se conocieron, Laura sabía de sobra cuál era la situación sentimental de Daniel. Él nunca se lo había dicho, pero se sentía muy solo, buscaba desesperadamente una pareja, alguien con quien compartir, alguien a quien querer.

Nunca hablaban de temas personales, como mucho hablaban sobre el estado de ánimo de cada uno o de cómo les afectaba tal o cual noticia. Aunque sus objetivos vitales o sus necesidades no eran asuntos de los que hablaban, la capacidad de Laura para captar los matices en la voz Daniel le permitía entenderlo a la perfección. La claridad con la que era capaz de interpretar las frases dichas de una manera o de otra diferente, entender las cosas que decía, captar las que dejaba entrever o imaginar las que guardaba para sí, le permitía construirse una completa foto mental de Daniel, seguramente mucho más próxima a la realidad que la foto mental que tenía de cómo era Daniel físicamente.

—Pues de momento sigo igual. Mismas visitas, mismos clientes… —respondió Daniel con cierta desidia.

«Ojalá las cosas fueran diferentes, ojalá tuviera el valor de hablar, ojalá tu fueras mi única clienta, ojalá cuidase de ti veinticuatro horas al día».

—Bueno, está bien —dijo Laura en tono condescendiente—, parece que hoy no tienes muchas ganas de charla. ¡Menudo compañero que me he buscado!

—No, no es eso, quizá me encuentro demasiado cansado. Demasiado trabajo, creo…

—¿Y no serán demasiadas preocupaciones?

«No sigas, por favor, hoy no».

Laura notaba que Daniel estaba diferente. Sus frases escuetas y vagas y su más que aparente ausencia mental le hacían pensar que su cabeza estaba ocupada con alguna preocupación nueva o con alguna que pudiera haber renacido. En cualquier caso, y cumpliendo su acuerdo tácito de no hablar de temas personales, trató de sonsacarlo sin que se diese cuenta.

—¿Quieres ir a otro sitio? ¿A la terraza quizá? —dijo Daniel dejando la pregunta de Laura en el aire después de un silencio algo incómodo.

—No, aquí estoy bien, noto el sol que entra a través de la ventana y me resulta muy agradable.

«Sí, esa luz te hace muy hermosa. Mejor nos quedamos aquí».

Se quedaron callados de nuevo, ninguno sabía muy bien que decir o qué hacer. Después de semanas de charlas y paseos, por algún extraño motivo, ambos se sentían incómodos ahora, distantes. Laura, más aplomada que Daniel, trataba de reconducir la situación.

—Podemos leer un poco, ¿qué te parece? ¿Estás muy cansado? Me encanta ese libro que empezamos la semana pasada.

«Lo siento Laura, creo que no puedo seguir con esto».

—Vale, voy a por él.

Daniel se levantó y fue a la habitación de Laura a por el libro. Cuando volvió al salón vio a Laura levantar la cabeza y moverla hacia los lados, como queriendo captar cada uno de los rayos de sol que entraban por el ventanal del salón. Se quedó paralizado observándola, viendo aquellos sensuales movimientos, viendo cómo la luz del sol se reflejaba y casi atravesaba sus finos cabellos. En cuanto volvió en sí se dio cuenta de que la decisión que había tomado era la correcta, y no podía seguir con aquello.

Parallel lifes. Sample 3 (II)

«No sé qué te pasa. ¿Por qué estás así? ¿He hecho algo mal?».


—¿No lo encuentras? —dijo Laura alzando la voz—. Debería estar en la mesilla de noche, o sobre la cama.

—Sí, sí, lo tengo —dijo Daniel caminando hacia el sofá—. ¿En qué capítulo íbamos?

«La verdad es que no me importa, solo con oír tu voz soy la mujer más feliz del mundo».

—Aquí tengo el marcapáginas, capítulo catorce. ¿Leo?

«Claro, mi amor».

—Sí, por favor.

Daniel comenzó a leer, como hacía una o dos veces por semana desde que Laura había vuelto a casa después del accidente. Entre las actividades que la ONG con la que colaboraba Daniel, estaba la de ayudar a gente con problemas, aunque solo fuese charlando o leyendo o ayudándole con las cosas de casa. Al igual que le pasaba a Laura, las personas ciegas que todavía no habían conseguido hacerse con el Braille agradecían mucho una ayuda como aquella.

Daniel trató de concentrarse en la lectura y alejar de su mente la preocupación que le impedía tratar a Laura con naturalidad, como hacia sin problema alguno con las otras personas a las que ayudaba.

—Perdona, Daniel. ¿Te importa preparar un café?

«Creo que es mejor que no leamos hoy, tienes que contarme qué te pasa».

—Sí, claro. ¿Solo descafeinado? Sino luego te costará dormir.

—Eso es. Aquí te espero, no me moveré…

Laura seguía intentando distender la situación y distraer la atención de Daniel con la logística cotidiana, el libro, el café…, trataba de que se relajase un poco y bajase aquella defensa que le impedía hablar. Trataba de romper su acuerdo tácito, quería que él le hablase de sus problemas, aunque solo fuese aquel día. Necesitaba escucharlo, aunque nunca más volviesen a tratar el tema.

«Yo no tengo fuerzas para decírtelo, y menos si en la cabeza tienes otras cosas. ¿Tienes a otra persona en tu cabeza? ¿Tienes pareja y no sabes cómo decírmelo?».

Daniel volvió con el café y, completamente en silencio se sentó nuevamente frente a Laura, que mantenía la silla de ruedas inmóvil. Cogió la mano de Laura y le entregó el café un sumo cuidado.
Ella lo acercó a sus labios y sorbió lentamente y en completo silencio. Él dejó escapar unas cuantas lágrimas sin decir la más mínima palabra, ya no podía contener aquel sentimiento de tristeza infinita que lo acompañaba desde hacía ya unos cuantos días.

«Así que no quieres contarme que te pasa. Yo solo quiero ayudarte… En realidad, solo quiero quererte, solo quiero que tú y yo seamos uno… Si tuviera el valor de contarte todo lo que siento, si pudiera decirte que tú eres lo mejor que me ha pasado en esta vida… Si fuese capaz de hacerte entender que el accidente ha sido lo que me ha traído hasta este momento y que ha sido la única forma llegar a ti, el hombre al que amo…».

El silencio, ahora más triste que incómodo, continuó hasta que finalmente Daniel, entre aquellas lágrimas invisibles para Laura, consiguió explicar que su empresa lo acababa de trasladar y la semana siguiente empezaría a trabajar en un nuevo proyecto a más de mil kilómetros de allí.

Thursday, February 13, 2020

Extra ball, keep playing (I)

Allí seguía, observándolo. Llevaba ya más de cuatro horas sentada en aquel incómodo sofá y ni siquiera era consciente de que le dolía la espalda desde que se había acomodado. Para ella se trataba solamente de una cuestión física que en aquel momento escapaba por completo a su raciocinio, convirtiéndose en un dolor inconsciente, en algo que su mente ya tenía asimilado y era por tanto imperceptible para ella.

Lo que sí empezaba a notar era que el sueño trataba lentamente de vencerla. Pasaban ya de las tres de la mañana y el cansancio empezaba a hacer mella. Además, hacía ya más de dos semanas desde que había tomado la decisión de convertirse en aquella especie de ángel de la guarda, en aquel sereno que velaba por el descanso de Andrés.

En medio de aquella habitación oscura, solamente iluminada por las lejanas luces de la calle, sus ojos se cerraron involuntariamente, lo que provocó en ella una reacción inmediata que hizo que se incorporase y cambase ligeramente la postura para no ser derrotada por el cansancio.

Una desazón en forma de flash cruzó su mente al verse incapaz de luchar contra el sueño, al ver que aquel largo día iba a finalizar sin que ella lo pudiera evitar. Al mismo tiempo era consciente de que, como ya había ocurrido los días anteriores y seguramente ocurriría los días siguientes, el sueño se convertiría irremediablemente en el vencedor de aquella lucha sin sentido, y un día más despertaría acurrucada en el sofá al escuchar las primeras palabras de Andrés en un nuevo día, una bola extra que ella recibiría con infinita alegría.

De momento había conseguido repeler el primer envite de Morfeo en aquella noche de temporal, a pocos días de Nochebuena, pero la lucha contra el sueño no había hecho más que empezar.

Después de arropar a Andrés al acabar de cenar, y con el ruido del viento en las ventanas como melodía que sabía que la acompañaría durante toda la noche, comenzó a reflexionar sobre la determinación que la había llevado a aquellas maratonianas jornadas de lo que ella llamaba “la observación del amor”. Como ya había ocurrido en días anteriores, no pudo evitar especular acerca de lo que pensaría de su situación alguien que la pudiera observar desde fuera. Cuando aquellos pensamientos llegaban a su cabeza, no podía para de imaginar lo que pensaría sobre ella alguien que pudiera leer su mente cuando hacía aquello, cuando observaba.

La sesión de observación era en realidad una extensión de su comportamiento a lo largo del día. El momento en el que Andrés se quedaba dormido representaba en realidad la capacidad de convertirse en espectadora única de la vida de Andrés. Sentarse allí durante horas y verlo dormir plácidamente, o al menos sentir que aquella respiración profunda representaba una tranquilidad infinita que para ella tenía que ser la vida de Andrés, se había convertido en el mejor momento del día. Desgraciadamente, aquellos días se estaban convirtiendo en los tristes mejores momentos de su vida.

Extra ball, keep playing (II)

Hacía poco más de dos meses que Andrés había dejado de salir a la calle. En realidad, ya no había regresado al colegio después de las vacaciones de verano, justo cuando las cosas comenzaron a cambiar y se vio obligado a dejar de jugar al futbol, a ir al cine, a ir al parque, a dejar de ver a sus amigos con los que tanto se divertía. Andrés era un niño enormemente social, y verse a sí mismo como una especie de recluso, aunque no fuese una reflexión que un niño de su edad fuese capaz de hacer, le estaba cambiando el carácter, convirtiendo al mejor lateral derecho del barrio en un ermitaño introvertido.

A sus nueve años, Andrés, hijo único de aquella pequeña familia de dos miembros, trataba de pasar el día jugando con el teléfono de su madre. Había instalado unos cuantos juegos con los que se entretenía cuando no estaba demasiado cansado para concentrarse en una pantalla en la que las balas, los coches de carreras o los enemigos le resultaban cada día más rápidos que el anterior. Aquel simple pero efectivo entretenimiento que conseguía con los juegos del móvil era lo único que hacía que Andrés se desconectase del micro-mundo en el que vivía, siempre acompañado por su adorada madre.

Ella lo observaba día tras día, y era consciente de que todos aquellos cambios que estaban teniendo lugar en Andrés lo estaban convirtiendo en un niño diferente, algo muy alejado de lo que su hijo siempre había sido. Por desgracia, ella no tenía capacidad alguna para cambiar la situación. Como madre no podía parar de preocuparse por su hijo, tenía que asegurarse continuamente de que disponía todo lo que pudiera necesitar, de que era todo lo feliz que pudiera ser.

A pesar de todos sus esfuerzos, no podía evitar pensar que por mucho que observase a Andrés dormir plácidamente, por más tiempo que dedicase a sentarse durante horas a oscuras en la habitación de Andrés, jamás sería capaz de detener el tiempo.

Tampoco podía evitar pensar en cuanto tiempo más podría seguir haciendo la observación del amor, cuánto tiempo le quedaba para poder disfrutar de Andrés, de cuánto tiempo más dispondría para sentir que aquel cuerpecito encamado seguiría con ella. Trataba de aferrarse a Andrés con los pocos recursos que disponía: tan solo la firme determinación de hacer que los días que pasasen juntos serían lo más largos posible.

Poco antes de quedarse dormida, después de pasarse unas cuantas horas observando a Andrés dormir, su último pensamiento fue para los médicos de Andrés, quienes habían dedicado horas y horas de esfuerzo y dedicación personal a intentar buscar un remedio al cáncer de Andrés. Sus pensamientos eran una mezcla de frustración y agradecimiento muy difícil de digerir.
Poco antes de quedarse dormida no pudo alejar de su mente la esperanza de que los médicos se hubieran equivocado, y aquellas “de dos a cuatro semanas” se convirtieran primero en unos meses y luego en un montón de años.

Poco antes de quedarse dormida pensó en la profesión de Andrés, en la novia de Andrés, en la boda de Andrés e incluso en sus nietos. Aquellos pensamientos la acompañaron incluso después de caer finalmente rendida, la acompañaron mucho más allá, convirtiéndose en el dulce sueño que compartió aquella noche con ella.

Sunday, December 3, 2017

It's not retirement, just reorientation (I).

Hacía apenas dos meses de su última visita al médico. En los últimos años había pasado muchas horas entre pruebas, análisis y diagnósticos, y aunque no tenía nada mejor que hacer que cuidar su salud, empezaba a estar harto de que su único objetivo en la vida fuese mantenerse vivo.

Entre tratamientos y rehabilitaciones su calidad de vida se había visto mermada hasta extremos que pensaba que no podría alcanzar. La lucha contra la enfermedad le había enseñado que todo lo que guardaba en su interior fruto de todo lo que había aprendido a lo largo de su vida podía alterarse en cuestión de segundos hasta convertirse en algo irreconocible, hasta llegar a parecer la vida de otra persona.

Las cosas que nos gustan, las cosas que no haríamos nunca, los límites que nos establece la sociedad y los que nos autoimponemos son resultado del tiempo que compartimos con los demás. Pero la simple aparición de un problema de salud hará que todo eso desaparezca, se desintegre sin siquiera darte cuenta. Es algo fortuito, algo circunstancial, algo con lo que nunca cuentas, y de repente eres otra persona. Tienes nuevos miedos, y tus anteriores preocupaciones son las nuevas nimiedades de tu día a día.

Pensaba en todo aquello mientras caminaba hacia la consulta para la enésima revisión de un novedoso tratamiento que estaba siguiendo desde hacía ya seis meses, su tercer tratamiento diferente en menos de dos años. Recordaba todo lo que había dejado atrás para llegar hasta aquel momento, pensaba en todos los que le rodeaban y en cómo se habían visto obligados a cambiar sus vidas para acomodar en ellas los problemas contra los que él tenía que luchar.

Recordó el día que después de semanas de pruebas por fin un médico le dijo lo que le pasaba.

Había ido al médico para una revisión general, y de paso comentarle unos problemas digestivos que notaba de forma cada vez más frecuente. Aunque solo le suponía alguna digestión incómoda de vez en cuando, había preferido chequearlo con su médico de cabecera para ponerle remedio. Estaba contento con su vida, con su calidad de vida, y era absolutamente innecesario tener que padecer la menor dolencia que le restase un pedacito perfección a su bienestar, a su vida «suprema», como a él le gustaba definirla.

It's not retirement, just reorientation (II).

Cuando por fin consiguió estar solo en un sitio donde pudo conseguir algo de privacidad se sentó en el suelo, y con la cabeza entre las rodillas liberó su tristeza contenida. Dejó que sus ojos llorasen hasta que no hubiese más lágrimas. No podía pensar en porqué volvía a llegar a aquel punto, no podía luchar más.

Llevaba demasiado tiempo conviviendo con el sufrimiento, observando la vida torcerse sin verlo venir, sin poderlo evitar.

Cuando se recompuso mínimamente se levantó y se puso en marcha de nuevo, necesitaba llegar a casa y encontrar algo de consuelo. Por suerte vivía cerca de la clínica y podía ir caminando, no le apetecía por nada del mundo tener que conducir o tener que viajar en transporte público en aquel momento en que lo que más deseaba era sentirse completamente aislado, al menos hasta llegar a puerto seguro.

Era media mañana, y los niños estaban en el colegio. Un atisbo de alegría asomó por su mente, pero solo para darse cuenta de que la desolación en la que se encontraba sumido iba a poder desarrollarse libremente, no necesitaba ocultar nada, podría llorar y sentirse abatido al menos hasta las cinco de la tarde. Este pensamiento hizo que de sus lacrimales agotados saliese una nueva lágrima, recordándole que su vida rodeada de sufrimiento era lo que de alguna forma, que todavía no había planeado, tenía que ser dejada atrás.

Su mujer lo vio acercarse al fondo de la calle cuando estaba aireando el dormitorio de los niños, casi su primer trabajo del día después de acompañarlos a la parada del autobús y volver con una breve parada en el mercado, organizando ya las comidas del día.

Ella vio su cara, y supo que los problemas habían vuelto. Que hubiese vuelto a casa a una hora en la que tendría que estar trabajando prácticamente no supuso ningún motivo de sorpresa, pero su cara y su forma de caminar le decían que los problemas habían vuelto. Los recuerdos sobre su última conversación le hicieron presentir que esta vez seguramente sería diferente.

Ella sabía de la debilidad sentimental de su marido, y él era consciente del apoyo enorme pero infructuoso que ella le prestaba para poder recuperarse de aquellos golpes. Por suerte para ambos, estaban de acuerdo en que aquello tenía que ser solucionado entre los dos.
Abrió la puerta con sus llaves cuando ella justamente llegaba al hall de la casa. Se abrazaron y se sentaron en el sofá del salón, testigo mudo de tantas y tantas horas de desconsuelo y problemas a veces irresolubles.

Ella dejó que él llorase entre sus brazos, no trató de impedírselo, sabía que lo necesitaba y siempre había sido firme partidaria del llanto como vía de escape, o por lo menos como una forma de ponerse en el punto de partida para buscar la solución.

—La última vez que hablamos me dijiste que sería la última vez que hablaríamos. Siempre pensé que lo conseguirías, pero sé que es muy difícil. ¿Tenemos que pensar que equivocaste la profesión?

—¿Cuántos años llevo trabajando?

—Casi diez, empezaste cuando nos casamos. Ya sé que no te equivocaste, es solo una forma de hablar, es lo que mejor sabes hacer. Además, ayudar a los demás te ayuda a mantener tu fortaleza. Lo que me pregunto, y ya lo hemos hablado en otras ocasiones, es si no deberías cambiar de especialidad.

—Lo sé, te entiendo, y lo hemos hablado antes en varias ocasiones, y siempre he pensado que la oncología es dura de ejercer, pero que me permite desplegar toda mi fuerza para ayudar a los demás.

Ella no contestó, prefirió dejarle espacio para que siguiese sin interrupciones, ahora que parecía que ya podía hablar. Él lloró un poco más, aunque parecía que ya empezaba a sentirse desahogado.

Las decisiones no tardaron en llegar. Aquel día en que había comunicado a José Manuel, uno de los trabajos más difícil de toda su carrera, que lo suyo era cuestión de semanas o incluso días, aquel mismo día dejó la clínica y se fue en busca de otra forma de ayudar a los demás. Sus conocimientos eran enormes, su pericia profesional era insuperable, pero su debilidad emocional no le permitía continuar.

Thursday, March 9, 2017

Selected psychologist files. Sample 3 (I).

Paciente número 3.882, J.F.


Sesión 3 (Grabación 9.312, 9 de Marzo)


(El paciente entra y se sienta en la silla de confidente. Rechaza acceder a la zona de sofás ya que dice sentirse más cómodo en una mesa de despacho, pues marca una barrera entre médico y paciente. Es la tercera sesión, y en las dos primeras solo comentamos generalidades, pero algo me indica que su actitud hoy es diferente. Le pregunto sobre que desea hablar hoy, y directamente empieza a contarme sus preocupaciones).

“¿Sabe? Mucha gente cree que estoy obsesionado con la muerte, y no es cierto. La gente tiende a juzgar con los primeros datos que recibe, con el primer input que es capaz de procesar. A veces incluso descartan información que no consideran relevante simplemente porque no son capaces de entenderla, y en el momento que aparece algún concepto sencillo que son capaces de asimilar, ahí fijan su objetivo, y el resto de la conversación, o el resto de cosas que les puedas contar a lo largo de tu vida van a ser variaciones sobre esa primera idea, que mejoran o empeoran su percepción de ti como persona.

Por ejemplo, si yo le hablo de un accidente de coche y después le digo que en el mismo accidente se murió un niño que padecía una leucemia incurable, usted ignorará el accidente, porque ha visto muchos, pero fijará en su mente la muerte, porque es algo que todo el mundo maneja, y algo que todo el mundo teme y, sobre todo, es algo de lo que todo el mundo evita hablar pero no puede evitar pensar en ella.
Cuando además le digo que el niño tiene leucemia usted podrá desarrollar diferentes pensamientos sobre la situación, e indirectamente sobre mí, en función de lo que usted sienta cuando le hablan de una enfermedad terminal.

En primer lugar, usted puede pensar que la historia es hasta cierto punto macabra, por el hecho de que se muera alguien que estaba destinado a morir. También podría pensar, dentro de una línea de razonamiento muy similar, que el accidente le habría ahorrado al niño una muerte lenta, larga y dolorosa.

Pero podría ocurrir que usted despreciase el hecho de la muerte, y centrase su atención en lo injusto de la vida. ¿Leucemia? ¿Un niño? «¿Qué clase de justicia es esa?» podría preguntarse.

Y yo le pregunto en este momento, ¿Cuál de estas dos ideas domina en su mente?

Un día, hace ya bastante tiempo un amigo me dijo que estaba obsesionado con la muerte, porque siempre contaba historias de personas que se morían, que dejaban familiares queridos, historias de personas que no merecían o no querían morir, pero que siempre acababan de la peor manera.