Allí seguía, observándolo. Llevaba ya más de cuatro horas sentada en aquel incómodo sofá y ni siquiera era consciente de que le dolía la espalda desde que se había acomodado. Para ella se trataba solamente de una cuestión física que en aquel momento escapaba por completo a su raciocinio, convirtiéndose en un dolor inconsciente, en algo que su mente ya tenía asimilado y era por tanto imperceptible para ella.
Lo que sí empezaba a notar era que el sueño trataba lentamente de vencerla. Pasaban ya de las tres de la mañana y el cansancio empezaba a hacer mella. Además, hacía ya más de dos semanas desde que había tomado la decisión de convertirse en aquella especie de ángel de la guarda, en aquel sereno que velaba por el descanso de Andrés.
En medio de aquella habitación oscura, solamente iluminada por las lejanas luces de la calle, sus ojos se cerraron involuntariamente, lo que provocó en ella una reacción inmediata que hizo que se incorporase y cambase ligeramente la postura para no ser derrotada por el cansancio.
Una desazón en forma de flash cruzó su mente al verse incapaz de luchar contra el sueño, al ver que aquel largo día iba a finalizar sin que ella lo pudiera evitar. Al mismo tiempo era consciente de que, como ya había ocurrido los días anteriores y seguramente ocurriría los días siguientes, el sueño se convertiría irremediablemente en el vencedor de aquella lucha sin sentido, y un día más despertaría acurrucada en el sofá al escuchar las primeras palabras de Andrés en un nuevo día, una bola extra que ella recibiría con infinita alegría.
De momento había conseguido repeler el primer envite de Morfeo en aquella noche de temporal, a pocos días de Nochebuena, pero la lucha contra el sueño no había hecho más que empezar.
Después de arropar a Andrés al acabar de cenar, y con el ruido del viento en las ventanas como melodía que sabía que la acompañaría durante toda la noche, comenzó a reflexionar sobre la determinación que la había llevado a aquellas maratonianas jornadas de lo que ella llamaba “la observación del amor”. Como ya había ocurrido en días anteriores, no pudo evitar especular acerca de lo que pensaría de su situación alguien que la pudiera observar desde fuera. Cuando aquellos pensamientos llegaban a su cabeza, no podía para de imaginar lo que pensaría sobre ella alguien que pudiera leer su mente cuando hacía aquello, cuando observaba.
La sesión de observación era en realidad una extensión de su comportamiento a lo largo del día. El momento en el que Andrés se quedaba dormido representaba en realidad la capacidad de convertirse en espectadora única de la vida de Andrés. Sentarse allí durante horas y verlo dormir plácidamente, o al menos sentir que aquella respiración profunda representaba una tranquilidad infinita que para ella tenía que ser la vida de Andrés, se había convertido en el mejor momento del día. Desgraciadamente, aquellos días se estaban convirtiendo en los tristes mejores momentos de su vida.
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