—¿No lo encuentras? —dijo Laura alzando la voz—. Debería estar en la
mesilla de noche, o sobre la cama.
—Sí, sí, lo tengo —dijo Daniel caminando hacia el sofá—. ¿En qué capítulo
íbamos?
«La verdad es que no me importa, solo con oír tu voz
soy la mujer más feliz del mundo».
—Aquí tengo el marcapáginas, capítulo catorce. ¿Leo?
«Claro, mi amor».
—Sí, por favor.
Daniel comenzó a leer, como hacía una o dos veces por semana desde que
Laura había vuelto a casa después del accidente. Entre las actividades que la
ONG con la que colaboraba Daniel, estaba la de ayudar a gente con problemas,
aunque solo fuese charlando o leyendo o ayudándole con las cosas de casa. Al
igual que le pasaba a Laura, las personas ciegas que todavía no habían
conseguido hacerse con el Braille agradecían mucho una ayuda como aquella.
Daniel trató de concentrarse en la lectura y alejar de su mente la preocupación
que le impedía tratar a Laura con naturalidad, como hacia sin problema alguno con
las otras personas a las que ayudaba.
—Perdona, Daniel. ¿Te importa preparar un café?
«Creo que es mejor que no leamos hoy, tienes que
contarme qué te pasa».
—Sí, claro. ¿Solo descafeinado? Sino luego te costará dormir.
—Eso es. Aquí te espero, no me moveré…
Laura seguía intentando distender la situación y distraer la atención de
Daniel con la logística cotidiana, el libro, el café…, trataba de que se
relajase un poco y bajase aquella defensa que le impedía hablar. Trataba de
romper su acuerdo tácito, quería que él le hablase de sus problemas, aunque
solo fuese aquel día. Necesitaba escucharlo, aunque nunca más volviesen a
tratar el tema.
«Yo no tengo fuerzas para decírtelo, y menos si en
la cabeza tienes otras cosas. ¿Tienes a otra persona en tu cabeza? ¿Tienes
pareja y no sabes cómo decírmelo?».
Daniel volvió con el café y, completamente en silencio se sentó nuevamente
frente a Laura, que mantenía la silla de ruedas inmóvil. Cogió la mano de Laura
y le entregó el café un sumo cuidado.
Ella lo acercó a sus labios y sorbió lentamente y en completo silencio. Él
dejó escapar unas cuantas lágrimas sin decir la más mínima palabra, ya no podía
contener aquel sentimiento de tristeza infinita que lo acompañaba desde hacía
ya unos cuantos días.
«Así que no quieres contarme que te pasa. Yo solo
quiero ayudarte… En realidad, solo quiero quererte, solo quiero que tú y yo seamos
uno… Si tuviera el valor de contarte todo lo que siento, si pudiera decirte que
tú eres lo mejor que me ha pasado en esta vida… Si fuese capaz de hacerte entender
que el accidente ha sido lo que me ha traído hasta este momento y que ha sido
la única forma llegar a ti, el hombre al que amo…».
El silencio, ahora más triste que incómodo, continuó hasta que finalmente
Daniel, entre aquellas lágrimas invisibles para Laura, consiguió explicar que
su empresa lo acababa de trasladar y la semana siguiente empezaría a trabajar
en un nuevo proyecto a más de mil kilómetros de allí.
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