Hacía apenas dos meses de su última visita al médico. En los últimos años había pasado muchas horas entre pruebas, análisis y diagnósticos, y aunque no tenía nada mejor que hacer que cuidar su salud, empezaba a estar harto de que su único objetivo en la vida fuese mantenerse vivo.
Entre tratamientos y rehabilitaciones su calidad de vida se había visto mermada hasta extremos que pensaba que no podría alcanzar. La lucha contra la enfermedad le había enseñado que todo lo que guardaba en su interior fruto de todo lo que había aprendido a lo largo de su vida podía alterarse en cuestión de segundos hasta convertirse en algo irreconocible, hasta llegar a parecer la vida de otra persona.
Las cosas que nos gustan, las cosas que no haríamos nunca, los límites que nos establece la sociedad y los que nos autoimponemos son resultado del tiempo que compartimos con los demás. Pero la simple aparición de un problema de salud hará que todo eso desaparezca, se desintegre sin siquiera darte cuenta. Es algo fortuito, algo circunstancial, algo con lo que nunca cuentas, y de repente eres otra persona. Tienes nuevos miedos, y tus anteriores preocupaciones son las nuevas nimiedades de tu día a día.
Pensaba en todo aquello mientras caminaba hacia la consulta para la enésima revisión de un novedoso tratamiento que estaba siguiendo desde hacía ya seis meses, su tercer tratamiento diferente en menos de dos años. Recordaba todo lo que había dejado atrás para llegar hasta aquel momento, pensaba en todos los que le rodeaban y en cómo se habían visto obligados a cambiar sus vidas para acomodar en ellas los problemas contra los que él tenía que luchar.
Recordó el día que después de semanas de pruebas por fin un médico le dijo lo que le pasaba.
Había ido al médico para una revisión general, y de paso comentarle unos problemas digestivos que notaba de forma cada vez más frecuente. Aunque solo le suponía alguna digestión incómoda de vez en cuando, había preferido chequearlo con su médico de cabecera para ponerle remedio. Estaba contento con su vida, con su calidad de vida, y era absolutamente innecesario tener que padecer la menor dolencia que le restase un pedacito perfección a su bienestar, a su vida «suprema», como a él le gustaba definirla.
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