Thursday, July 14, 2016

Dust is the metaphor (I)

Estaba completamente en silencio. Como todos los domingos de buen tiempo, o al menos así lo recordaba yo; los otros dos vecinos solían pasar la tarde paseando por el rio. Mi padre no, él prefería descansar aprovechando que el pequeño edificio de tres plantas se quedaba completamente vacío.

En la calle no había coches, y el edificio estaba completamente en silencio. Cuando cerré la puerta se oyó un pequeño eco. Primero entré en la salita, al lado de la entrada, donde mis hermanos y yo hacíamos todo tipo de trastadas y peleábamos cada poco. El sol se colaba entre las láminas de la veneciana, y hacía brillar el polvo que se había acumulado sobre los muebles en las últimas semanas. Una solitaria televisión me llamó a encenderla sin entender la razón. Pulsé el botón y nada ocurrió, y recordé que había dado de baja suministro eléctrico semanas atrás.

Pasé al salón donde celebrábamos todas las comidas de Navidad, cumpleaños, y cualquier evento que nos diese la oportunidad de juntarnos todos para comer, pero sobre todo para charlar… y aquellas sobremesas que duraban hasta la hora de cenar. Al ver aquella gran mesa que se veía aburrida después de tanto tiempo sin trabajo, me vino a la memoria el trabajo que nos daba montar las extensiones para que mayores y niños pudiéramos comer juntos, casi treinta en la última celebración.

Unos pequeños marcos con fotos de los 70 y los 80 que poblaban el mueble que estaba al fondo del salón parecían ofrecerse a cualquier mirada que pasase por allí. ME llamó la atención uno de ellos, que parecía haber sido desempolvado hacía no mucho tiempo. Era una foto mía y de Lucía.

La cocina me resultó extrañamente vacía. Con todos sus muebles, sí, pero sin vida, ni una sola bandeja en el mesado, ni una pieza de fruta sobre la mesa, nada en el horno. La nevera abierta y completamente vacía me miraba esperando que la llenase. “Hoy no te toca”, pensé, y mi mente se la imagino llorando como un niño pequeño pidiendo que la enchufaran.

En el baño que estaba al lado de la cocina, un único cepillo de dientes era el heredero solitario de aquel vaso lleno de cepillos de todos los colores, con etiquetas con nombres de nietos e hilos de colores atados a la base. Aquel único cepillo me decía que se sentía solo.

Dust is the metaphor (II)

De repente una idea pasó por mi cabeza cuando atravesaba nuevamente el hall dejando atrás todos aquellos años de penas y alegrías, especialmente alegrías. De repente visualicé todo lo que me rodeaba, todo lo que formaba parte de mi vida, todas las cosas que me acompañaron desde pequeño.

Volví a cerrar la puerta que acababa de abrir para salir de casa por última vez, me di la vuelta y observé una vez más. El recibidor y su espejo, cubiertos de un polvo que indicaba a cualquier recién llegado que allí ya no había vida.

Volví a recorrer la casa rápidamente, posando la vista un instante en cada objeto que me iba encontrando a mi paso, sin parar de caminar, dejando que los recuerdos aflorasen solos con cada nueva mirada. El salón, las habitaciones, la salita de juegos, los baños, la cocina… en todas partes había cosas. El frutero vacío, la televisión apagada y desconectada, el espejo al final del pasillo en el que hacía mucho que ya nadie se miraba, las últimas y polvorientas ofertas del supermercado sobre el recibidor.

Y mi vista se posó sobre el costurero. Y lloré. Era seguramente el único objeto en toda la casa que aún mantenía un hilo de vida, de forma inexplicable. Lo abrí, y mis sospechas se confirmaron. Allí estaba todo, las agujas de ganchillar, los hilos, los retales, los botones, el alfiletero, un par de dedales…

No era sino una nueva paradoja del tiempo. El único objeto que encontré con vida pertenecía a alguien que se había ido hacía ya muchos años. Supongo que mi padre se sintió incapaz de vaciarlo o regalarlo, pues para él era como la última conexión de mamá con la tierra.

Con la venta de la casa dábamos fin a una generación, al menos físicamente. Papá y mamá todavía vivirían unos años más en mi cabeza y en la de mis hermanos, y, como un recuerdo lejano, en la de mi hijo y en las de mis sobrinos.

Todavía recordaríamos durante muchos años las vivencias y las personas con las que compartimos nuestra infancia y una buena parte de nuestra juventud.

Lo único que desaparecería prácticamente sin dejar recuerdo alguno eran las cosas que nos acompañaron sin siquiera darnos cuenta durante toda nuestra vida. Todas aquellas cosas que ahora se sentían abandonadas, llenas de polvo.
El polvo que cubría todo no era sino la metáfora de la soledad.