Friday, May 4, 2012

Guilty

Hace frío, no parecía que el día hubiese refrescado tanto. Por la mañana se estaba bien en la calle, pero ahora hace demasiado fresco, por lo menos aquí en la terraza. Después de llevar toda la tarde sentado en el salón mirando a través de la cristalera del balcón, pensando, por fin me he decidido a salir.

No recuerdo muy bien porque tenía que salir de Madrid, pero por la razón que fuese tuve que coger el coche para ir al pueblo. No sé, quizá había quedado con alguien, o iba a buscar algo a casa de un amigo. No lo recuerdo. Era un día muy malo, un domingo de invierno, de un invierno muy frío, en el que casi no había gente en la calle.

La ciudad parece tranquila, con sus luces, y su poco ruido. Nada que ver con un día laborable. A pesar del frío se está bien aquí en esta silla de teca, te puedes sentar sin sentir que el frío te cala todo el cuerpo.

Sí, lo recuerdo con claridad. El coche no arrancaba, tuve que insistir hasta que noté que me iba a quedar sin batería, por el ruido como de agotamiento que hacía el motor de arranque. Entonces decidí, aprovechando que estaba en cuesta, dejarme caer e intentar arrancarlo en segunda. Fue como un primer aviso.

Nunca había observado la ciudad de esta forma, sentado sin pensar en nada. Hoy no estoy relajándome después de una larga jornada de trabajo. Hoy no estoy mirando al vacío para reflexionar sobre mi estado mental. Ni estoy disfrutando de las vistas o de una cálida noche veraniega.

Saqué el freno de mano, giré un poco el volante para incorporarme al carril de bajada y esperé a coger un poco de velocidad antes de intentar arrancar el coche. Con la marcha en punto muerto, el coche fue acelerando poco a poco. Pisé el embrague, metí segunda y esperé unos segundos más antes de intentar arrancar.

Hoy estoy aquí para poner fin a toda esta mierda de la que no he podido salir después de dos años eternos. Hoy por fin he llegado a una conclusión coherente sobre mi vida: no necesita prolongarse más.

Al soltar el embrague el coche comenzó a dar tirones antes de que consiguiese arrancar. La cartera y el móvil, que había dejado en el asiento del acompañante, se cayeron. Un impulso me empujó a estirarme un poco, alargar el brazo y recogerlos con un movimiento rápido en menos de medio segundo.

Saltaré y en un instante aterrizaré contra ese suelo salvador. Adiós a las noches en vela, a la conciencia irreconciliable, a las miradas tristes, al sufrimiento, a la vergüenza.

Cuando me reincorporé al volante y miré nuevamente hacia delante, solo pude ver la cara de sorpresa que se le había quedado a aquel niño. Ni siquiera tuvo miedo. No era consciente de que aquel era su fin. La inocencia siempre hace que no seas capaz de ver la parte negativa de la vida.

Dos inútiles años de psicólogo, condenado a pasar el resto de mi vida aislado, incapaz de comunicarme con la gente, encerrado en mí mismo de por vida. Adiós. No quiero vivir si lo único que tengo no es vida.

Sí, lo recuerdo con toda claridad. Aquel niño, ¿qué estaría haciendo hoy? ¿Se pasaría toda la tarde aquí sentado en el sofá del salón? Quizá él también decidiese salir a la terraza para suicidarse.